Las mujeres en la ciencia: una distopía en directo
«¿Qué pasa con la ciencia y las mujeres? Hay una diferencia abismal por género en la elección de estudios: las chicas parecen huir de las ciencias consideradas duras, como la física o la ingeniería. Aunque es posible que existan diferencias entre los cerebros masculino y femenino, estas parecen mínimas en comparación con la disparidad de elecciones. Los motivos son múltiples y poderosos: al techo de cristal se le unen un techo de papel —la falta de referentes femeninos en los medios— y una cultura de la brillantez eminentemente masculina, entre muchos otros. Los datos llevan a pensar que estamos viviendo una distopía en directo. Pero hay formas de revertirla».

Escritor y periodista científico. MD, PhD
Este artículo es una colaboración con la plataforma Barcelona Science Corner de la Diputación de Barcelona, donde fue publicado originalmente.
*
¿Es posible que estemos viviendo una distopía?
En el año 2014, durante un encuentro en los Estados Unidos, un hombre preguntó:
- ¿Qué pasa con la ciencia y las mujeres?
El moderador recogió la pregunta y la relanzó a quienes estaban en la mesa de oradores:
- ¿Hay alguien que crea que hay diferencias genéticas que expliquen por qué hay más hombres en las ciencias? ¿Alguien se anima a contestar?
Se animó Neil deGrasse Tyson, el astrofísico y director del Planetario Hayden en Nueva York:
- Yo nunca he sido mujer, pero he sido negro toda mi vida —comenzó. Así que permítanme ofrecerles una visión desde esa perspectiva, porque hay muchas cuestiones sociales similares relacionadas con las oportunidades que encontramos en la comunidad negra y en la comunidad de mujeres en una sociedad dominada por hombres blancos. Cuando pienso en mi vida recuerdo que quería ser astrofísico desde que tenía nueve años, desde una primera visita al Planetario Hayden. Entonces pude ver cómo el mundo a mi alrededor reaccionó ante la expresión de mis ambiciones. Y todo lo que puedo decir es que el hecho de que yo quisiera ser un científico, un astrofísico, fue, sin duda, un camino de gran resistencia a través de las fuerzas de la naturaleza, de las fuerzas de la sociedad. Cada vez que expresaba este interés, los profesores decían: «¿No quieres ser un atleta?» Yo quería convertirme en algo que estaba fuera de los paradigmas de la gente en el poder. (…) Ahora estoy aquí y me pregunto: ¿dónde están los otros que podrían haber estado también? (…)
https://vimeo.com/230873958
Y al final:
- Cuando no encuentras negros en las ciencias y no encuentras mujeres en las ciencias mi experiencia de vida me dice que estas fuerzas son reales y que yo tuve que superarlas para llegar a donde estoy hoy. Así que antes de que empecemos a hablar de diferencias genéticas, hay que crear un sistema en el que haya igualdad de oportunidades. Entonces podremos tener esa conversación.
En el libro “Inferior”, de la ingeniera y periodista científica Angela Saini sobre la controvertida historia de la ciencia respecto al género, este párrafo autobiográfico:
“Si alguna vez has sido un cerebrito adolescente, sabrás lo solo que te puedes llegar a sentir. Si además eras chica, te habrás sentido aún más sola. Cuando llegué a sexto era la única chica en una clase de química de ocho estudiantes. Era la única chica en una clase de matemáticas de doce personas, y cuando unos años más tarde decidí estudiar ingeniería me encontré con que era la única mujer en una clase universitaria de nueve alumnos”.

Y estos son los datos en España: en global, incluyendo todas las carreras universitarias, las mujeres son el 60% de los licenciados. Sin embargo, son solo el 40% de los profesores, el 20% de los catedráticos y únicamente hay siete rectoras mujer entre los 50 centros públicos españoles (cuatro a principios de 2018). Por disciplinas, suponen el 75% de las personas matriculadas en la rama de educación, el 71% en salud y ciencias sociales y el 55% en ciencias de la vida, como biología. Por el contrario, son únicamente el 43% de las personas matriculadas en física, el 23% en ingenierías y únicamente el 13% en ciencias de la computación.
¿Qué es lo que está pasando?
Un mundo de causas: sobre la brillantez y la autoeficacia
“Es algo muy complejo, no hay un solo factor que pueda explicarlo. Y no se trata de negar las diferencias genéticas, que posiblemente las haya, se trata de que hay causas cuya repercusión excede con mucho esas posibles diferencias”, afirma Digna Couso, física, doctora en didáctica de las ciencias y directora del CRECIM (Centre de Recerca per a l´Educació Cientifica i Matemàtica) de la Universitat Autònoma de Barcelona. De entre la multitud de factores, hay dos que suele destacar por su importancia y por su desconocimiento general: la cultura de la brillantez y la baja percepción de autoeficacia.
“Hay una cultura de la brillantez que, en general, es profundamente masculina”, asegura Couso, “y eso es algo que se asocia especialmente a la ciencia”. Ante la falta de referentes femeninos amplios, las mujeres sienten que son inferiores aun a igual capacidad, lo que dificulta su voluntad de acceso. Es lo que la historiadora de la ciencia Margaret Rossiter llamó el síndrome de Madame Curie, el sesgo por el cual las mujeres piensan que deben ser extraordinariamente brillantes para poder competir en un mundo tradicionalmente de hombres. “Pero ni siquiera Curie es el prototipo de genio o de persona brillante, lo es Einstein”, completa Pampa García Molina, redactora jefa de la agencia de noticias científicas SINC (y física de formación). Como dijo en una entrevista la propia nieta de Marie Curie, “la igualdad llegará cuando en las academias se elija a científicas de nivel medio, igual que ahora hay muchos hombres que no son especialmente brillantes”.
El problema de los referentes femeninos es alarmante, y demuestra que más allá (o más acá) del techo de cristal hay un verdadero “techo de papel”. Según el Proyecto de Monitoreo Global de Medios, las mujeres suponen, en global, el 28% de las fuentes en noticias de prensa. Generalmente figuran como fuentes de mera “opinión popular” (el 43% del total), pero son únicamente el 9% cuando lo que se busca y consulta es una voz experta. Es decir, el 91% de los expertos en las noticias son hombres. Y también lo son el 82% de los portavoces en cualquier ámbito. En cuanto a los columnistas, solo el 21% son mujeres. Y el porcentaje baja al 7% dentro de las columnas de ciencia.

En su mayor parte estos datos son generales, no son exclusivos del mundo científico, pero “son interesantes porque hablan de quiénes son las voces de autoridad, a quiénes se considera que son los expertos”, comenta García Molina. “En la Agencia Sinc nos hemos propuesto hacer una discriminación positiva muy fuerte para tratar de entrevistar a más mujeres. Aun así, y a pesar de aplicar la máxima intención, al revisar los números encontramos que la proporción era solo de una de cada tres”. Para García Molina, “hay un sesgo previo fortísimo, también desde las propias mujeres. Mi percepción personal es que nos exponemos menos al público y nos ofrecemos menos como voces de autoridad. Y no solo en la ciencia”.
El problema es de tal calado que incluso a los seis años las niñas ya se creen menos brillantes que los niños, curiosamente el momento en que empiezan a proyectarse en el futuro y a comprender que serán mujeres y hombres de mayores. “No creo que sea casual”, comenta Couso, “es justo cuando empiezan a reconocer que sus madres y padres fueron antes niñas y niños, respectivamente”. Esa percepción de baja autoeficacia se mantiene con el tiempo. “Las chicas sienten que son inferiores a igual capacidad”, recalca Couso, y lo sienten especialmente en las áreas tradicionalmente ligadas con la brillantez, como son las ciencias llamadas “duras”, las más ligadas a las matemáticas o a la física. Justamente aquellas en las que los porcentajes de licenciadas caen drásticamente respecto a los de los hombres. “El género es una construcción social potentísima”, recalca Couso. “Fíjate, es lo primero que se le pregunta a una persona, lo que la define esencialmente. Lo primero que le preguntamos a una embarazada es si será un niño o una niña”.
La amenaza del estereotipo se define como “el menor rendimiento al realizar tests en situaciones en que los individuos se sienten amenazados por si su rendimiento confirma (a otros o a ellos mismos) un estereotipo negativo sobre sus habilidades de grupo”. En 2009, un estudio se propuso observarlo en estudiantes de entre 11 y 13 años. Se les pidió, tanto a niñas como a niños, que trataran de copiar de memoria un dibujo geométrico complicado. A la mitad se les dijo que era una prueba de geometría, a la otra mitad que era de dibujo: los resultados de los niños no cambiaban, pero los de las niñas —especialmente los de las mejores estudiantes— eran notablemente peores cuando creían que estaban haciendo un ejercicio de geometría. Ellas mismas se están boicoteando.
Este sesgo no está solo en las escuelas infantiles o en los institutos. También está en la propia carrera científica, tanto en hombres como en mujeres. No solo los primeros tienden a negar la brecha de género en ciencia, también ellas parecen afectadas por un machismo más o menos inconsciente. En 2012, un estudio de la universidad de Yale se propuso desvelarlo: construyeron un currículum ficticio para un puesto de laboratorio que enviaron a 127 profesores y profesoras. La única diferencia es que a la mitad se lo enviaron con el nombre de John y a la otra mitad con el de Jennifer. Cuando analizaron las respuestas vieron que “John” había sido mejor valorado académicamente y que la estimación del sueldo que debía cobrar era un 14% mayor que el de “Jennifer”. Las diferencias eran iguales tanto si eran hombres o mujeres quienes lo evaluaban.
Decía Neil deGrasse que para hablar de posibles diferencias genéticas habría que solucionar primero la desigualdad de oportunidades. En su libro Inferior, Angela Saini “desoye” la recomendación e intenta abarcarlo todo. La conclusión, tras revisar múltiples estudios sobre las diferencias entre los cerebros masculinos y femeninos es que, si las hay, son mínimas. “Puede haberlas, claro”, reconoce Couso, “pero si existen son muy pequeñas y en ningún caso explicarían la realidad actual”. Y tampoco puede descartarse que algunas sean debidas a la cultura que los modela: el informe PISA muestra que, entre los alumnos de mayor rendimiento, los chicos suelen destacar en matemáticas. Sin embargo, la brecha disminuye hasta desaparecer cuanto menor es la desigualdad en el país (y ya hemos visto que las chicas se enfrentan con mayor ansiedad a las pruebas en las que se perciben a sí mismas como inferiores).

Escribe Angela Saini: “Jugar a los videojuegos o con juegos de construcción mejora nuestras habilidades espaciales. De modo que, si los niños se entretienen con juegos de construcción y no con muñecas, el estereotipo de que los varones poseen mejores habilidades espaciales acabará por convertirse en una realidad física. La sociedad acaba propiciando un cambio biológico”. ¿Prefieren las niñas jugar con las muñecas por naturaleza o por estereotipo? Hay estudios que muestran cierta preferencia “natural”, pero contenida. Cordelia Fine, psicóloga y profesora en la Universidad Macquaire de Sidney —y experta en este tipo de trabajos—, lo explica así: “Sabemos que los hombres son más altos que las mujeres, pero no todos los hombres son más altos que todas las mujeres. La diferencia por razón de sexo a la hora de elegir muñecas para jugar en lugar de camiones es similar a la diferencia de estatura por razón de sexo”. Pero esa tendencia está hipertrofiada socialmente, y en toda su interpretación. “Cuando un niño rompe un muñeco para verlo por dentro se suele decir que es curioso e investigador. Si lo hace una niña se le riñe, porque se presupone que debe cuidarlo”, matiza Couso. Quizás ahí se explique en gran medida por qué las chicas “huyen” de las ciencias duras pero no de otras como la medicina, la enfermería o la psicología, más ligada a los cuidados. (En términos de “altura”, Fine cuantifica la diferencia media en la preferencia por los juguetes en unos 12,5 centímetros. Entre las capacidades de empatía y sistematización, típicamente femeninas y masculinas, respectivamente, sería de apenas 2,5).
Es una injusticia de base para ellas, pero también para algunos de ellos, “atrapados en una idea binaria, estereotipada y estanca de género”, añade Couso. Es, en realidad, un problema de todos.
¿Qué podemos hacer, entonces?
Hacia una ciencia más humana (para todos)
Para empezar, construir una ciencia más abierta e integradora no es solo una cuestión de equidad, justicia o cultura. “Necesitamos mucha más gente y más diversa en el ámbito científico”, apunta Couso, “tanto dentro de él como interesada por él: es una cuestión de calidad democrática, pero también productiva. Muchos estudios han comprobado que nos va peor cuando una disciplina está copada por un solo sexo”, afirma, “ya sea en educación (más femenina) o en la ingeniería (típicamente masculina)”. Las pérdidas en Estados Unidos por la exclusión femenina en estas ramas se estiman en millones de dólares, con numerosos ejemplos de ceguera tecnológica. Por ejemplo, “más del 70% de las personas que ordeñan son mujeres”, explica Couso, “pero no hay ninguna opción ligera y portátil en el mercado porque las empresas lo desconocen. Y no solo es una cuestión de género, también de raza y clase social: el destinatario en mente suele ser hombre, blanco y de clase social media-alta”.

Las medidas a tomar son múltiples y abarcan numerosos frentes. Para ganar en referentes femeninos debe vencerse el techo de papel, lo cual es una labor de todos. De los medios, de los hombres “referentes” y de las propias mujeres, que deben dar un paso adelante. Sobre los primeros, Pampa García Molina tiene claro que “los periodistas no somos un espejo del mundo, sino que tenemos la responsabilidad de elegir a quiénes entrevistamos”. Ya están en marcha movimientos como “No sin mujeres”, por el que quienes se adhieren se comprometen a no participar en actos académicos si hay más de dos ponentes y ninguno es mujer. Y la Asociación Española de Comunicación Científica (AECC) ha decidido que no participará, promoverá ni apoyará ningún evento en el que no haya al menos un 40% de mujeres (la ACCC, en Cataluña, ha dado apoyo a esta idea, facilitando herramientas para llevarla a cabo).
A nivel de la carrera académica, es necesario mejorar las condiciones laborales. Couso apunta medidas como “la igualdad de los salarios, mejorar las posibilidades de conciliación y de flexibilidad laboral”. Pero, ¿esto no supondría una perpetuación del rol de las mujeres como cuidadoras? “No”, responde. “Se trata de que sea una ciencia más humana para todos, no solo para ellas”. Para García Molina, “lo que tenemos que hacer es que ellos no consideren una opción aceptable ver crecer a sus hijos en pijama. Y eso no es solo una cuestión de educación, también es una cuestión política”. Y añade: “A cuidar se aprende, y además es una actividad preciosa que se le está negando al 49% de la población”.
Otro aspecto es el de las escuelas (…)
*
Seguir leyendo el resto del artículo aquí, en la plataforma BCN Science Corner.
(Ilustración de la portada: Cinta Arribas / Agencia Sinc)