¿Qué sucede cuando nos damos cuenta de que somos máquinas?

No hay muchas novelas que tengan en cuenta a la ciencia como parte de su historia, más allá de las encuadradas como ciencia ficción. “Quédate este día y esta noche conmigo”, de la escritora Belén Gopegui, habla de la importancia y de las connotaciones de Google como paradigma de la inteligencia artificial. Pero, sobre todo, cuestiona la existencia misma del mérito y de la libertad.

Este artículo es una colaboración con la Agencia Sinc, donde fue publicado originalmente.

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Hay muchos libros de divulgación, claro está. Y bastantes novelas de ciencia ficción. Sin embargo, escasea una literatura que tenga en cuenta a la ciencia como motor interno, como un protagonista real y no imaginario o distópico. En “Quédate este día y esta noche conmigo”, Belén Gopegui construye un texto que es una solicitud de trabajo a Google, el emblema de la inteligencia artificial. El buscador es en sí un personaje que funciona como referencia y denuncia, pero también como espejo. ¿Qué esconde ese algoritmo? ¿Qué justicias e injusticias? ¿Qué méritos? Sin embargo, y ante todo, Google es el puente que permite pasar de la inteligencia artificial a la humana y particular, el gran tema de la novela. Como máquinas biológicas, ¿dónde queda la libertad? ¿Y la responsabilidad? En medio de una lotería genética y social: ¿existe el mérito en sí?

“La literatura no está para descubrir hipótesis, pero sí para pensar en cómo será la vida de quienes empiecen a asumir algunas hipótesis de la ciencia. Porque la ciencia tampoco es neutral y si no pensamos en ella de manera política y también narrativa, dejamos que una parte amplísima de la realidad se nos expropie”, afirmaba en una entrevista Gopegui. Ella misma lo había hecho en novelas anteriores como “El padre de Blancanieves”, donde una comunidad construía biorreactores para la fabricación de microalgas, o en el “El comité de la noche”, sobre las donaciones de sangre y su posible privatización. Aquí, una pareja de recién conocidos interesados en la robótica —Mateo, un joven con la energía del primer activismo y Olga, una matemática ya retirada— decide enviar una solicitud de trabajo a Google. La solicitud es la propia novela, una narrativa sin currículum, su propia historia. “Y si ustedes entienden por historia una gymkana de encuentros, misterios y persecuciones, entonces tampoco es una historia”.

Porque “pronto Mateo y Olga tejen una alianza. Les ocupan problemas parecidos. Empezando por los materiales, esos que unas personas llaman rasgos de carácter, y otras cantidad de neuronas y de irrigación en distintas zonas del cerebro, junto con la situación económica, la altura del cuerpo, el color de los ojos, las hormonas, las expectativas, las bacterias, el estado inicial”. Google define futuros de forma inconsciente y atendiendo a una programación, pero nosotros mismos podríamos perfectamente obedecer a un funcionamiento en esencia similar.

En los años 80, los experimentos del neurólogo americano Benjamin Libet asombraron al mundo (su nombre no se cita en la novela, pero planea constante): según ellos, cuando creemos decidir una acción muy simple —como doblar un dedo o acercarnos una taza de café— el cerebro ya la había planeado unos milisegundos antes. Pensamos que decidimos, pero solo seguimos las órdenes de una actividad independiente y anterior (…)

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