Los premios Nobel son una red pegajosa

Los premios sirven para reconocer logros, pero también destapan dinámicas y vacíos. Los datos sobre los Nobel revelan una red que se resume en tres consejos si quiere aspirar a uno de ellos: trabaje con alguien que lo haya ganado, procure que su familia sea rica y no sea mujer.

Este artículo es una colaboración con la sección Aquí hay ciencia de Tercer Milenio, suplemento del Heraldo de Aragón, donde fue publicado originalmente.

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Si le hace ilusión y quiere maximizar sus opciones de ganar un premio Nobel, siga al menos estos tres consejos: “Encuentre a alguien que ya lo haya ganado y trabaje con él, procure que su familia esté en el 5% de las que más dinero ganan y no sea mujer”.

Más allá de los temas premiados, estas son las conclusiones que han rodeado los galardones de este año en las categorías de ciencia. Porque los premios sirven para reconocer logros, pero también revelan dinámicas y carencias. En este caso tres redes que se solapan formando una más grande y particularmente pegajosa.

Primera red: la de las relaciones laborales

Unos días antes de que se anunciaran los premios, la revista Nature publicaba un artículo muy visual con datos extraídos a partir de unos pocos estudios recientes. Estos son algunos de ellos: de los 646 ganadores de un Nobel en Medicina o Fisiología, Física y Química, solo 26 fueron mujeres. Lo habitual es que tuvieran entre 50 y 60 años, y hasta el 54% habían nacido en Estados Unidos. Si no era el caso, lo más probable es que se hubieran ido a trabajar allí. Y, sobre todo, que lo hubieran hecho con alguien que ya había ganado el premio con anterioridad. De los 736 premios concedidos, añadiendo los de Economía, 702 (¡un 95%!) se podían considerar una sola familia académica: tenían un vínculo común en algún momento de su biografía.

La inmensa mayoría de los premios Nobel pertenecen a una sola «familia» académica.

Un consejo para llegar a ser profesor universitario era “escoger bien a tus padres”; si además pretende aspirar a un Nobel, “escoja también con quién trabajar”.

El gran padre de la familia premiada parece ser Emmanuel Stupanus, un médico suizo del siglo XVI y de dudosas prácticas científicas. El gran padre moderno es John W. Strutt, que ganó el Nobel de Física en 1904 por sus estudios de las propiedades de los gases. Joseph Thomson, que descubrió el electrón y lo ganó dos años después, fue estudiante con Strutt. De los discípulos directos de Thomson, 11 recibieron el premio Nobel, incluido uno de sus hijos. En total, 228 ganadores pueden relacionarse en la red con Strutt.

Hay una explicación plausible a esta concentración, y es que “talento engendra talento”: los mejores escogen y son escogidos por los mejores. Pero también hay otra explicación alternativa y compatible: los más visibles generan visibilidad. Y pueden proponer sus propios candidatos.

Craig Mello y Victor Ambros

El artículo en que se basan estos datos fue publicado a principios de 2024, y la red desvelada contenía una predicción: el estudiante que se situaba en su centro era Victor Ambros, uno de los descubridores de los microARNs y profesor a su vez de Craig Mello, premiado en el año 2006. El Nobel de Medicina o Fisiología de este año ha sido para Gary Ruvkun y Victor Ambros, por el descubrimiento de los microARNs.

Segunda red: la de la clase social

Coincidiendo con el anuncio de los premios, se publicó también un artículo histórico sobre las familias de los galardonados. Se tituló “Acceso a oportunidades en las ciencias: los premios Nobel como prueba” y su primer autor lo explicó en un hilo de X (Twitter) que presentaba así: “¿Qué tipo de infancia hace a un científico de primera? ¿Basta con tener todos los rasgos adecuados (brillantez, agallas) o se necesita también la familia correcta?”

Entre otras, el artículo dice cosas como estas: el 50% de los premiados tenía un padre que pertenecía al 5% de las familias más ricas, y el 10% de las familias más ricas concentraba al 70% de los agraciados. Por nivel de educación, en más del 60% de los premiados su padre se situaba en el 5% más alto y casi el 80% tenían a su padre dentro del 10% superior. (Otro artículo concluía hace un par de años que tener una madre o un padre con el título de doctorado multiplica la probabilidad de ser profesor titular universitario hasta 25 veces). Aunque esta tendencia ha mejorado levemente con los años, al ritmo actual se tardarían casi 700 años en lograr una teórica y supuesta igualdad de oportunidades. Y eso sería dentro de algunos países, porque muchos están prácticamente fuera de toda posibilidad y no se aprecian mejoras a nivel global.

Distribución de los ingresos de los padres de los premiados con un Nobel

La meritocracia pura parece que tampoco es para la ciencia, lo cual no solo supone una injusticia de base, sino una injusticia extendida y una pérdida de visión. Porque, como se decía en un trabajo al hilo de este tema: “¿Qué descubrimientos no se hacen y qué ideas no se desarrollan como resultado de la falta histórica y actual de diversidad socioeconómica en el mundo académico?». Es decir: ¿quién decide qué y cómo se investiga lo que se investiga?

El trabajo llevaba como encabezamiento una cita del paleontólogo y biólogo evolutivo Stephen Jay Gould que dice así: “De alguna manera, estoy menos interesado en el peso y las circunvoluciones del cerebro de Einstein que en la certeza de que personas con un talento similar han vivido y muerto en campos de algodón y fábricas de explotación”.

Tercera red: la del género (y el caso Rosalind)

Si hasta el año pasado solo 26 de los 646 ganadores de un Nobel en Medicina o Fisiología, Física y Química habían sido mujeres, ahora solo 26 de los 654 ganadores de un Nobel en Medicina o Fisiología, Física y Química han sido mujeres. El de este año es un capítulo más que añadir a la desproporción histórica, y ha venido especialmente aderezado.

El mismo día del premio de Medicina, la Academia Sueca publicaba un tuit en el que aparecía una foto de uno de los ganadores, el ya citado Victor Ambros, con su mujer. En él se decía que celebraba “la noticia del premio con su colega y esposa Rosalind Lee, que también fue la primera autora del trabajo en la revista Cell de 1993 citado por el Comité Nobel”.

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Al ingrediente de la desproporción se le añadía lo que parecía un contumaz agravio comunicativo y una burlona coincidencia histórica. El primero porque mostraba pero no premiaba a la que en realidad era la primera autora del gran trabajo de Ambros. La segunda porque su nombre es Rosalind, como la histórica y tampoco premiada Rosalind Franklin.

La «fotografía 51» tomada por el equipo de Rosalind Franklin

Franklin era experta en obtener e interpretar imágenes por difracción de rayos X. Sus observaciones y cálculos, incluidos los realizados sobre la famosa fotografía 51 realizada en 1952, fueron claves para desentrañar la estructura del ADN. Sin embargo, quedó fuera del premio Nobel que le fue concedido diez años después a Watson, Crick y Wilkins. Aunque Franklin ya había fallecido, las normas no impedían otorgar un título póstumo por aquel entonces.

La coincidencia del nombre Rosalind, el “olvido” en el premio y el “aparente” reconocimiento de Lee como primera gran autora del trabajo hicieron que las redes estallasen de rabia e indignación ante otro caso de nepotismo machista, ya ni siquiera disimulado sino expuesto además con alevosía: “que también fue la primera autora del trabajo”.

Pero más allá de la coincidencia histórica y nominal, lo cierto es que las críticas parecen haber elegido un ejemplo concreto equivocado para una reivindicación legítima general.

Aunque pueda parecer contraintuitivo, en el campo de la biomedicina el primer autor de un trabajo no es teóricamente su principal autor intelectual. A pesar de que es difícil definir la aportación concreta de cada firmante, la lógica aceptada dice que quien idea y guía la investigación suele ser el último de ellos. Así lo piensa también en este caso concreto Julián Cerón, investigador en el “Programa de Genes, Enfermedad y Terapia” del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) en Barcelona, y que coincidió con Ambros y Lee en unos congresos periódicos que se organizaban en Boston, donde trabajaba al comienzo de los años dos mil: “Ella nunca tuvo protagonismo en la línea de investigación, y se puede ver en las publicaciones de ambos. Se decía que era la técnica de confianza de Victor. Un compañero de mi laboratorio trabajó luego con ellos y nunca sintió que Lee liderara los proyectos”.

Aunque el propio Ambros reconoce que Lee contribuyó enormemente a su éxito, también afirma que en aquel momento ella “trabajaba como técnico de laboratorio y su carrera no dependía del proyecto”. En el artículo del 93 compartía la primera autoría con una investigadora postdoctoral. Aunque no suele hacerse, si se hubiera premiado a los primeros autores de los dos trabajos principales el número de galardonados sería de cinco, cuando el máximo permitido es de tres.

De forma parecida piensan otras expertas en el campo de los microARNs. Pilar Martín, investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) no consideraba, en declaraciones a El País, que Lee fuera la autora intelectual e la investigación. “En este caso los responsables son Ambros y Ruvkun”, aseguraba. Para Sònia Guil, líder del Grupo de Regulación del ARN y Cromatina del Instituto de Investigación contra la Leucemia Josep Carreras, “Ambros era el que lideraba el grupo de investigación en el artículo del 93”, aseguraba en Eldiario.es. “Hasta donde yo sé, no hay duda sobre su papel principal en la investigación de ese año y posteriores y por tanto sobre el merecido premio. Esto no quita que en otros casos se haya podido despreciar o no valorar como se merecía el papel de las mujeres, pero no me parece que sea este sea el caso”, completaba.

Más allá del caso concreto, el tuit de la Academia parece como mínimo un desafortunadísimo y grave error de comunicación. Y la búsqueda de una explicación permite plantearse al menos tres hipótesis: que desde el Comité ni tan siquiera estén pendientes de la desproporción histórica y de la reivindicación; que lo sean y hayan decidido lanzar una ironía alevosa; que, como opina Cerón, “conocieran el caso desde dentro y no tuvieran dudas”, lo que les pudo llevar a “descuidar el tono del tuit”. Lo que está claro, añade el investigador, “es que los premios individuales son absurdos en ciencia y que aún hay machismo en la sociedad. Y la ciencia es parte de ella”.

Más allá del juicio sobre el caso concreto, lo cierto es que cayó en el centro de la red.

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