En las entrañas de un laboratorio de bioseguridad donde se probaron vacunas anticovid

Solo existen dos grandes centros de bioseguridad de nivel 3 en España, donde se investiga con enfermedades que pueden saltar de animales a humanos. Entramos en las instalaciones donde se hicieron las pruebas de la vacuna de Hipra contra el SARS-CoV-2, la primera española que ha pasado a ensayos clínicos. Nada de lo que se estudia allí dentro debe salir. No todos los que entran a trabajar logran acostumbrarse.

Este reportaje es una colaboración con la Agencia Sinc, donde fue publicado originalmente.

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Antes de entrar hay que firmar un documento y aceptar una serie de compromisos. El acceso implica, entre otras, cosas desnudarse por completo y ducharse a la salida, pero también asegurar que no se padece de claustrofobia o de alguna alteración de las defensas; y que se evitará el contacto con animales al menos durante tres días después de la visita.

El lugar es el Centro de Investigación en Sanidad Animal de Cataluña (IRTA-CReSA), un edificio construido en forma de cajas chinas de seguridad creciente, el lugar donde se hicieron las pruebas de la vacuna de los laboratorios Hipra contra el coronavirus, la primera vacuna española que ha entrado en ensayos clínicos.

Un laboratorio de bioseguridad de nivel 3, el único de este tamaño en España junto al del CISA en Madrid y que permite investigar con enfermedades como la covid-19 y otras que pueden saltar de animales a humanos o que ya han saltado, como la gripe aviar o las causadas por priones. Donde se estudian y buscan tratamientos para infecciones que afectan a cerdos, aves, ovejas o caballos. Un lugar al que, por las condiciones de seguridad, no todos los que entran a trabajar logran acostumbrarse.

Donde, y ante todo, nada de lo que se estudia allí dentro debe salir al exterior.

Entramos a conocerlo.

Cartel advirtiendo que en ese laboratorio se está experimentando con el SARS-CoV-2. / Guillermo Castellví

 

Las cajas chinas y el coronavirus

En el piso superior, además de la recepción, están los despachos y los laboratorios ‘normales’ donde los estudios no precisan de medidas de seguridad especiales. El centro, no demasiado grande visto desde fuera, está sin embargo excavado ganándole espacio al subsuelo, como un ‘Camp Nou’ de bioseguridad. Las condiciones especiales comienzan más abajo.

La doctora Júlia Vergara, preparándose para acceder a la zona de bioseguridad. / G. Castellví / SINC

 

Tras bajar unas escaleras accedemos a los vestuarios. Todo el que entra debe desnudarse completamente. Solo se permite introducir las gafas y, en nuestro caso, el equipo fotográfico. Y todo ello deberá ser descontaminado a la salida. Es importante evitar que entren microorganismos del exterior, pero sobre todo que escapen de allí. Toda la ropa, relojes, pendientes, piercings o pulseras deben quedar fuera, no deben recoger nada de lo que se aloja dentro.

Pasamos por una doble puerta a un nuevo vestuario donde nos espera el material necesario para vestirnos adecuadamente, —incluida la ropa interior— y seguimos hacia un pasillo donde se encuentran los laboratorios. La estructura en cajas chinas implica que a cada puerta que se abre —y que debe volver a cerrarse inmediatamente—, uno se encuentra una presión inferior.

Para trabajar con algunos microorganismos, como el SARS-CoV2, el personal debe usar trajes especiales con respirador para incrementar la seguridad.
Para trabajar con algunos microorganismos, como el SARS-CoV2, el personal debe usar trajes especiales con respirador para incrementar la seguridad. / G. Castellví / SINC

 

Este avance hacia presiones más negativas implica que el aire tiende siempre a entrar y no a salir, y es un mecanismo clave de seguridad que evita el escape. Es el contrario al que se usa en un hospital en las habitaciones de pacientes aislados inmunodeprimidos, donde la presión positiva expulsa el aire hacia el exterior porque lo que se precisa es evitar la entrada de posibles gérmenes.

Pasamos por una doble puerta a un nuevo vestuario donde nos espera el material necesario para vestirnos adecuadamente, —incluida la ropa interior— y seguimos hacia un pasillo donde se encuentran los laboratorios. La estructura en cajas chinas implica que a cada puerta que se abre —y que debe volver a cerrarse inmediatamente—, uno se encuentra una presión inferior.

La presión negativa se aprecia en la resistencia de las puertas al abrirlas. “Algunas personas dicen que les provoca dolor de cabeza, pero en general no notamos nada”, nos dice Júlia Vergara. Ella es la investigadora principal del grupo de coronavirus del centro. Lleva años estudiándolos, incluido el MERS que saltó a humanos en 2012. Ella nos guía en esta primera parte de la visita, que comienza precisamente en el laboratorio de coronavirus.

“Durante los primeros meses de la pandemia hicimos muchas jornadas de 14 horas —comenta—, sentíamos mucha presión por poder aportar”. Cuando tienen lugar los experimentos es necesario acceder con un traje especial y un equipo que filtra el aire respirado.

“A veces duraban 6 u 8 horas”, y durante ellos no se puede comer ni beber, ni siquiera ir al baño. “Hacerlo implica no solo quitar el traje, sino hacer todo un protocolo de descontaminación que dura unos 30 minutos”, añade Vergara. “Hay gente que no se acostumbra a estas condiciones. Nosotros estamos muy habituados, pero no sabes cómo lo vas a llevar hasta que empiezas. Varios estudiantes de doctorado lo han tenido que dejar”.

En este laboratorio se llevaron a cabo las pruebas en animales de la vacuna española Hipra contra el coronavirus, la única que ha entrado por el momento en la fase de ensayos clínicos. “La empresa tenía un preparado que ya sabía que producía una respuesta de defensa y anticuerpos, pero para poder trabajar con el virus y saber si lo bloqueaba necesitaban un laboratorio de este tipo. Nosotros comprobamos que era capaz de hacerlo y que funcionaba en animales como hámsters”. Esas pruebas permitieron que ahora se esté probando ya en humanos.

De camino a la siguiente zona se une a la visita Xavier Abad, el máximo responsable de la unidad de biocontención. Nos enseña que las paredes están pintadas con una pintura especial y que las esquinas son redondeadas. “Se evitan los ángulos rectos para que sea más fácil la limpieza”, explica. Una unidad de nivel 3 implica que los microorganismos con los que se trabajan pueden suponer un riesgo no solo individual, sino también colectivo.

“Las de tipo 4 son las que permiten manipular agentes extremadamente peligrosos, como el ébola. Son las que estamos acostumbrados a ver en las películas”, añade Abad, con trajes conectados a respiradores mediante tubos que comunican con la instalación y que deben ir reconectando a medida que se desplazan por ella. Ahora mismo en España apenas hay alguna unidad pequeña que permite estos experimentos, “aunque hay proyectos de preparar unidades más grandes en Madrid”, precisa.

 

Xavier Abad y Júlia Vergara explicando el funcionamiento del centro durante la visita.
Xavier Abad y Júlia Vergara explicando el funcionamiento del centro durante la visita. / G. Castellví / SINC

 

Entre otros proyectos, el grupo de Júlia Vergara trabaja ahora en el diseño de una “vacuna pancoronavirus”, que sirva no solo contra el SARS-CoV2 y sus variantes, sino también contra muchos otros coronavirus que podrían terminar saltando a los humanos. Algo que podría servir desde el minuto cero para una posible y nada improbable próxima pandemia. “Es un consorcio formado por nuestro centro junto con IrsiCaixa y el Barcelona Supercomputing Center”, explica. “Ahora estamos estudiando qué debería incluir para ser eficaz. No es fácil, pero en principio es un proyecto posible”.

Pero un nivel 3 no es poca cosa y desde luego no es ninguna broma. El edificio, nos explica, está preparado para casi cualquier tipo de accidente. “Hay numerosas salidas de emergencia, cuenta con un generador de electricidad propio y con protocolos especiales en caso de incendio. El edificio se compone de tres piezas con flexibilidad entre ellas que permiten soportar un terremoto de hasta 4,5 grados en la escala Richter. No esperamos llegar a eso aquí”, tranquiliza Vergara.

Vamos hacia la siguiente ´caja´.

 

Los animales

ratones
Jaulas de ratones en el estabulario. / G. Castellví / SINC

Volvemos a sentir la presión negativa al abrir y cerrar las siguientes puertas y nos encontramos con un pasillo y varias estancias estancas a cada lado. En la primera hay varios cerdos con los que se está iniciando un experimento. El centro está en fases avanzadas de estudio de una vacuna contra un tipo de peste porcina, una enfermedad sin tratamiento que no solo supone un sufrimiento para los animales, sino que si se extiende entre granjas “puede cargarse la economía de un país”, alerta Abad.

Al fondo está el estabulario con los ratones, en los que se investigan enfermedades producidas por priones, como la de las vacas locas. Y ahora no hay, pero también han pasado por aquí ovejas, cabras, hámsters, pollos, caballos e incluso dromedarios. Algunas de las enfermedades estudiadas no afectan a los humanos, como la propia peste porcina. Otras sí pueden hacerlo, como la gripe aviar, la tuberculosis bovina, las priónicas o el nuevo coronavirus. También algunas transmitidas por mosquitos, como el chikungunya o la fiebre del Valle del Riff.

“Hay personas que no llevan bien trabajar con estas enfermedades, por mucha seguridad que haya. Algunas hacían visitas constantes a los médicos por miedo al contagio”, explica Vergara. Pero varias de estas dolencias pueden cursar de forma similar a infecciones comunes, ¿cómo saber si alguien se ha infectado? “Si no sucede un accidente, son tantas las medidas de seguridad que el contagio es virtualmente imposible. Cuando ha sucedido algo, como un corte o un pinchazo, es obligatorio comunicarlo”. La forma más segura de determinar si se ha producido es tomar una muestra y secuenciar el microorganismo, desentrañar si está presente. “Pero nunca ha llegado a hacer falta”, aclara Vergara (…)
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