La ciencia es también cosa de niñas (y de mujeres)
Casi el 80% de los puestos más relevantes en investigación los ocupan hombres, aunque las mujeres sean mayoría en las universidades y al principio de los doctorados; sin razones biológicas de peso que lo expliquen, las mujeres son solo el 23% de los estudiantes de ingenierías y únicamente el 13% en ciencias de la computación; hasta el 93% de las columnas de ciencia en los medios van firmadas por hombres. Por este y otros motivos, porque es un problema de justicia, equidad, e incluso de productividad, este artículo pretende dar una idea aproximada del problema, indagar en varias de las causas y preguntar y proponer posibles soluciones.

Escritor y periodista científico. MD, PhD
Este texto es la versión original del artículo «La ciencia es también cosa de niñas», publicado en la revista Muy Interesante en noviembre de 2019. (Ilustración de la portada: Cinta Arribas / Agencia Sinc)
¿Qué pasa con las mujeres en la ciencia?
Hay un congreso europeo sobre ciencia que se celebra cada dos años en Europa. Se llama European Science Forum (ESOF) y se anuncia como el mayor encuentro científico del continente. El último tuvo lugar en Toulouse, Francia. Juntó a más de 4.000 asistentes de unos 80 países, además de cerca de 35.000 espectadores que acudieron a alguno de los más de 200 eventos organizados a su alrededor.
¿Qué tiene que ver esto con las mujeres en la ciencia?
Tiene que ver porque, de los cuatro ejes principales que vertebraron todo el encuentro, uno era el de “asuntos de género”. Conferencias, presentaciones y mesas redondas sobre el tema estuvieron presentes cada uno de los días, dando cuenta de la magnitud del problema. Si el mayor congreso europeo dedica su columna vertebral a este asunto es porque, por ejemplo, casi el 80% de los puestos más relevantes en investigación los ocupan hombres, aunque las mujeres sean mayoría en las universidades y al principio de los doctorados; porque, sin razones biológicas de peso que lo expliquen, las mujeres son solo el 23% de los estudiantes de ingenierías y únicamente el 13% en ciencias de la computación; porque hasta el 93% de las columnas de ciencia en los medios van firmadas por hombres.
Por todo eso y por mucho más este artículo pretende dar una idea aproximada del problema, indagar en varias de las causas y preguntar y proponer posibles soluciones.
El escaparate del problema
El dato del 80% de hombres en los puestos más altos viene del conocido como “gráfico en tijeras”, una figura que va evolucionando lentamente y cuyos últimos datos fueron presentados en ESOF por Mina Stareva, responsable de la sección de género en investigación e innovación de la Comisión Europea. Las mujeres son más de la mitad de los estudiantes de ciencias en las universidades, pero a medida que avanza la carrera científica su línea en el gráfico desciende en una diagonal marcada, opuesta a la de los hombres. En España, aunque las mujeres son el 60% de las personas que se licencian, suponen solo el 40% de los profesores universitarios, el 20% de los catedráticos y, aunque recientemente ha habido varios nombramientos, tan solo hay siete rectoras mujer en los centros públicos (un 14%). Ese es un problema serio, pero hay bastantes más y bastante antes.

Siguiendo en España, las mujeres son el 71% de las estudiantes en carreras relacionadas con la salud y las ciencias sociales, y el 55% en las catalogadas ciencias de la vida, como biología. Sin embargo, son solo el 43% de las que estudian físicas, el 23% que escogen alguna ingeniería y tan solo el 13% de las que optan por ciencias de la computación. Descienden curiosamente en las disciplinas que se consideran como “ciencias duras”.
Porcentaje arriba o abajo, estas diferencias se repiten en la gran mayoría de los países europeos y del mundo. Las opciones para intentar explicarlas suelen resumirse en tres. La primera: las mujeres no tienen las mismas capacidades que los hombres. La segunda: las mujeres no desean lo mismo que los hombres. La tercera: hay barreras visibles e invisibles que alientan y sustentan los números.
Sobre la primera: los informes PISA de educación muestran que las niñas son, en promedio, mejores lectoras que los niños. Y que estos las superan en matemáticas. Pero esta diferencia es pequeña, no explica la diferencia en los porcentajes de elección y muy posiblemente esté afectada por la “amenaza del estereotipo”, el hecho de que las niñas se sienten menos brillantes y rinden menos aun a igual capacidad. De hecho, esta diferencia prácticamente desaparece en el norte de Europa, donde las políticas de igualdad son mayores.
Sobre la segunda, la psicóloga Cordelia Fine, experta en trabajos sobre el cerebro femenino y masculino, lo explica así: “Sabemos que los hombres son más altos que las mujeres, pero no todos los hombres son más altos que todas las mujeres”. Cuando se buscan diferencias entre empatía y sistematización, dos rasgos asumidos como femenino y masculino, respectivamente, y que explicarían gran parte de las preferencias en la universidad, las diferencias son el equivalente a unos escasos 2,5 centímetros. Para Digna Couso, física y doctora en didáctica de las ciencias, “no se trata de conseguir un 50% en todo ni de negar las diferencias genéticas. Muy posiblemente las haya. De lo que se trata es de que hay causas sociales y culturales cuya repercusión va mucho más allá de esas diferencias”.
Sobre la tercera: cuando en una charla que se puede ver en Youtube preguntaron qué era lo que pasaba con las mujeres y la ciencia, si alguien creía que las diferencias genéticas lo explicaban todo, el astrofísico Neil deGrasse Tyson tomó la palabra. Dijo: “Yo nunca he sido mujer, pero he sido negro toda mi vida (…). Cuando no encuentras negros en las ciencias y no encuentras mujeres en las ciencias, mi experiencia me dice que hay muchas cuestiones sociales, muchas fuerzas que son reales y que yo tuve que superar para llegar a donde estoy hoy. Así que antes de que empecemos a hablar de diferencias genéticas, hay que crear un sistema en el que haya igualdad de oportunidades. Entonces podremos tener esa conversación”.
https://vimeo.com/230873958
Algunas de las causas: falta de referentes, autosabotaje y machismo en la ciencia
“Hay una clara falta de referentes femeninos en la ciencia, lo que hace difícil para las jóvenes proyectarse en un futuro invisible”, asegura Isabelle Vernos, científica en el Centro de Regulación Genómica de Barcelona y máxima responsable del grupo de trabajo sobre género en el Consejo Científico Europeo. Junto con el techo de cristal se habla también de un techo de papel. Sin ir más lejos, en la prensa española las mujeres son el 28% de las fuentes, y solo el 9% cuando se consulta a un experto en ciencia.
Además de la figura masculina como referente, muchas mujeres reconocen exponerse menos al público. Incluso en los propios congresos científicos. Diferentes estudios han comprobado que toman la palabra entre 1,8 y 2,5 veces menos que sus colegas hombres, lo que penaliza especialmente en tiempos de networking y aumenta el riesgo de interpretarse como que estos son más competentes.
Ante la falta de referentes amplios, las mujeres tienden a sentirse inferiores aun a igual capacidad. Es lo que la historiadora de la ciencia Margaret Rossiter bautizó como el síndrome o el complejo de Madame Curie, la sensación por parte de las propias mujeres de que deben ser particularmente brillantes para abrirse camino en un mundo entendido como típico de hombres. “Sienten, además, que deben asumir muchas renuncias para llegar al mismo lugar”, añade Vernos.
“Según una investigación publicada en la revista Nature, a los seis años las niñas ya se creen menos brillantes que los niños, y a los diez ya hay quien ha cerrado las puertas a los números y al ámbito científico-tecnológico, antes aún de conocerlo”, asegura Couso. “Es muy fácil absorber patrones, y el mensaje global es que los niños son claramente mejores en unas cosas y las niñas en otras”, lamenta Vernos. Ese mensaje explicaría la amenaza del estereotipo, niñas que se sabotean inconscientemente, disminuyendo su rendimiento en ciencias y matemáticas como en una profecía autocumplida. Es lo que se vio en un trabajo del año 2009 con estudiantes de entre 11 y 13 años. Se trataba de copiar de memoria un dibujo complicado. A la mitad se les dijo que era un ejercicio de geometría, a la otra que era de dibujo. Cuando se evaluaron se vio que los niños de ambos grupos sacaban resultados parecidos, pero las niñas —sobre todo las mejores estudiantes— lo hacían considerablemente peor cuando creían que era una prueba de geometría.

Eso sucede mucho antes de una carrera investigadora, pero el machismo —consciente o inconsciente— no se detiene ahí. En el año 2012, un estudio en Estados Unidos se propuso destaparlo. Prepararon un currículum completamente inventado para un puesto de laboratorio y lo enviaron a más de cien profesores, tanto hombres como mujeres. La única diferencia es que a la mitad les llegó con el nombre de John y a la otra mitad con el de Jennifer. Las respuestas mostraron que John había sido mejor valorado y que la oferta de sueldo era un 14% mayor. Las diferencias eran similares independientemente del sexo de quien lo evaluaba.
“Debemos, además, aceptar las fluctuaciones en las carreras”, añade Vernos. “Tendemos a pensar en que los profesionales más brillantes son aquellos que tienen carreras lineales. Sin embargo, las mujeres tienen más interrupciones, no solo por la maternidad, también porque son las que suelen encargarse de los cuidados”.
Mina Stareva aseguró durante el ESOF que esta desigualdad no es un problema que se resuelva solo, sino que se necesitan medidas para corregirlo. No parece simplemente una cuestión de mayor justicia para ellas, también para ellos, a veces atrapados en un rol de género demasiado estanco. Se trata, incluso, de una cuestión de productividad (ver despiece 2).
Algunas soluciones a distintos niveles
Jean Pierre Bourguignon, presidente del Consejo Europeo de Investigación, resumió en ESOF algunas de las medidas que han tomado en los últimos años en relación a las becas y contratos que ofrecen, de los más prestigiosos y suculentos que pueden obtenerse en el continente. Por ejemplo, aumentar el periodo tras la tesis en que las mujeres pueden pedir una primera beca si han tenido hijos; promover seminarios de formación y concienciación en cuestiones de género entre quienes las deciden, proyectando incluso vídeos que informan sobre los sesgos inconscientes; eliminar los apartados en que se pedía a los científicos que describieran sus logros, ya que comprobaron que los hombres solían valorarse mejor que las mujeres.
“No hay una varita mágica, hay que actuar a muchos niveles, pero estamos viendo una tendencia positiva”, asegura Vernos, que ha participado en la implantación de todas estas medidas. Entre ellas no figuran las cuotas, de las que ella misma no es especialmente partidaria. “Quizás sí en situaciones extremas, cuando es necesario romper patrones, pero hay que tener cuidado”, asegura. “Por ejemplo, si queremos que haya más mujeres en los paneles de decisión corremos el riesgo de sobrecargarlas y de perjudicar propia su carrera científica, porque al ser pocas la elección recaería muchas veces en las mismas. Además, hay un punto ofensivo en el hecho de ser elegida por cumplir con una cuota”, recalca. “Y no podemos dar becas directamente por una cuota femenina, porque sería abrir un abanico infinito. También los países más pobres podrían reclamar una medida similar”.
También se están tomando otras medidas individualmente, en los propios institutos de investigación. En el CRG, el centro donde trabaja Vernos, ofrecen ayudas económicas a los investigadores con hijos que tengan problemas para conciliar vida familiar y laboral. “Están muy contentas y ha sido muy positivo”, explica Vernos, que habla en femenino. “Es que todas las que lo han pedido son mujeres. Mientras las cosas cambian debemos poner medidas para ayudarlas”.
En las escuelas
En general, no se habla tanto de una feminización de los colegios como de tomar una perspectiva de género. Por ejemplo, en los patios, “que se dedican en un 80% a juegos típicos de niños, como el fútbol”, detalla Couso. O en los libros de texto, donde pide que “se incrementen los referentes femeninos y que se hable de hombres y mujeres de forma transversal, como se habla, por ejemplo, de clases sociales”. También aboga por que se promuevan prácticas de menor competitividad y mayor cooperación, y una ciencia más contextualizada y narrativa, algo beneficioso particularmente para las niñas, pero también para niños con dificultades, más sensibles a la enseñanza de mala calidad.

Porque, como decía Judith Butler, “el género es una categoría compleja”. Así lo entiende también Sheena Laursen, directora de programación en el Centro de Ciencias Experimentarium, en Copenhague: “La forma en que la ciencia se comunica a la gente joven es importante, y no está siendo inclusiva respecto al género. La robótica, por ejemplo, suele dirigirse hacia lo competitivo e individual y hacia los teóricamente más listos. Eso no solo deja a gran parte de las niñas fuera, también a un grupo amplio de niños. Mejorar la inclusión aumenta la diversidad”.
Eso no significa promocionar directamente vocaciones científicas. Couso alerta de ese término, porque “es peligroso. Difícilmente un o una joven se siente identificado con alguien que parece haber sentido ´la llamada´ de la ciencia. Además, al asumir que los científicos trabajan en lo que trabajan porque les gusta, se suele aprovechar para ofrecer peores condiciones laborales”. Vernos entiende el concepto de promoción como “una muestra de posibilidades”. Y rompe una lanza en favor de la carrera científica: “Es un campo con un gran margen de creatividad, que te da la posibilidad de tener un impacto. Hay que trabajar, claro, pero no es tan diferente de otros muchos trabajos también exigentes y con los que no pensamos tanto en las renuncias. Además, ofrece también cierta flexibilidad”.
Y clama por que más mujeres ocupen puestos de liderazgo. Contra la visión de que los altos cargos se caracterizan por la competitividad y, por tanto, tienden naturalmente a ser ocupados por hombres, Vernos se rebela: “Si más mujeres llegaran a puestos de responsabilidad se vería que el modelo masculino tradicional no es exclusivo, que otros modelos también pueden ser eficaces”.
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Y además:
Despiece 1/ La igualdad de género y la paradoja nórdica
Si asumimos que buena parte de la diferencia en la elección de estudios entre hombres y mujeres es cultural, lo lógico sería encontrar que la brecha se reduciría en los países más igualitarios (como sucede, por ejemplo, con los resultados en las pruebas matemáticas). Sin embargo, un polémico estudio encontró lo contrario. Tras analizar los datos de casi medio millón de adolescentes de más de sesenta países se observó que en los países del norte de Europa, donde la igualdad de género es mayor, la diferencia en preferencia de estudios era paradójicamente más amplia. Es lo que se ha llamado la paradoja educacional de la igualdad de género.
Los autores tratan de explicarlo así: aunque las chicas en esos países no son inferiores a los chicos en ciencias y matemáticas, son mejores a nivel de lectura. Las preferencias de carrera dependen no tanto de las capacidades absolutas sino de las relativas, de aquello en lo que cada uno siente que es mejor. Como en esos países hay bastante bienestar social, no se preocupan tanto por elegir carreras de gran seguridad y prestigio, sino por aquellas que realmente quieren hacer.
El estudio no tenía en cuenta carreras como medicina, y en su explicación asumen que podría haber factores ocultos que sesgaran y confundieran la interpretación. Ha sido ampliamente criticado, por ejemplo por usar un índice de igualdad muy variable que no se relaciona directamente con un cambio cultural, cuando son precisamente estos factores culturales como los estereotipos los que más influyen en el interés de los y las estudiantes. Las voces críticas denuncian que el estudio es flojo, pero aun así demuestra algo que ya sabemos: la complejidad de este tema y la enorme cantidad de factores que influyen en él.
Despiece 2/ Un lastre para la productividad
Trabajar por una ciencia más igualitaria no es solo una cuestión de justicia o equidad, también de economía. Cuando una disciplina está copada por un solo sexo, los beneficios se resienten. En Estados Unidos, las pérdidas por la baja representación de las mujeres en ciertas ramas de la ciencia se cifran en millones de dólares, fruto de una ceguera tecnológica con numerosos ejemplos. Entre ellos:
- La seguridad vial: los cinturones de seguridad fueron estudiados siguiendo el patrón de un hombre de estatura media. No se atendió a la anatomía de la mujer, ni siquiera de las embarazadas.
- Los medicamentos: gran parte de las investigaciones y los ensayos clínicos no han representado adecuadamente a la mujer, por lo que su eficacia y efectos secundarios en ellas varía respecto a los estudios que los llevaron al mercado. (A veces también ocurre al contrario, como en el caso de la osteoporosis. Se considera típica de mujeres postmenopáusicas, pero hasta un tercio de las fracturas de cadera se producen en hombres).