Una simple sensación puede alterar la epigenética familiar: una temperatura posmodernista

¿Puede lo que ocurre en el sistema nervioso de un individuo influir en el ADN de sus descendientes? Un trabajo explora “la provocativa hipótesis de que la sensación o percepción de las señales ambientales por parte de los padres (gusanos) puede influir en su descendencia”.

Este artículo es una colaboración con Tercer Milenio, suplemento del Heraldo de Aragón, donde se publicó originalmente.

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A algunos gusanos ya debía de interesarles la previsión del tiempo. A partir de ahora se preocuparán incluso por lo que podrían sentir tras recibirla. Ya se había estudiado que cuando se crían en condiciones de calor se producen cambios en sus células que pueden pasar a su descendencia. Ahora, un equipo internacional de investigadores parece haber comprobado que la mera sensación de temperatura, independientemente de la objetiva y real, es capaz de influir en su genética, y que los cambios pueden mantenerse durante varias generaciones.

O dicho de otra manera: la percepción e interpretación del exterior a través del sistema nervioso, y no necesariamente la realidad como tal, influyen en uno mismo y en su descendencia, al menos si se llama ´Caenorhabditis elegans’. El realismo es una ingenuidad, que dirían los posmodernistas.

Esta es una breve historia de epigenética, temperatura y subjetividad.

 

Un trabajo de diez años

La epigenética podría definirse como las marcas o los cambios que afectan a los genes y que pueden pasar a las células hijas, pero que no alteran la secuencia de ADN. Es decir, que influye en cómo se lee el libro pero no cambia sus letras. Esos cambios pueden ir produciéndose durante la vida, así que si recuerda a Lamarck y aquello de las jirafas que se esfuerzan por estirar su cuello y con ello crece el de sus hijas pensará que al final tenía razón y que maldito Darwin. Pero no. La naturaleza, y más aún en mamíferos como las jirafas o como nosotros, tiende a borrar o a diluir esas marcas y apenas le deja algún resquicio cuando las nuevas generaciones entran a jugar.

Caenorhabditis elegans, sin embargo, es un gusano. Y es también el animal estrella en no pocos laboratorios. Apenas vive tres semanas, es más sensible a la transmisión de cambios epigenéticos y los científicos tienen localizadas y muy estudiadas sus escasas 302 neuronas. Entre ellas, las dos que procesan principalmente la sensación de temperatura y sus cambios. Es una bicoca para la investigación.

Todas esas ventajas las aprovecha el nuevo trabajo, que al parecer ha tardado diez años en completarse.  Compartido en forma de prepublicación —y aún no revisado por otros expertos—, incluye toda una batería de experimentos en los que los investigadores prueban qué pasa a diferentes temperaturas cuando se inactivan las dos neuronas protagonistas o se altera su comportamiento. O como dicen en el resumen, exploran “la provocativa hipótesis de que la sensación o percepción de las señales ambientales por parte de los padres puede influir en su descendencia, extendiéndose a través de muchas generaciones posteriores”.

Para los gusanos, 20 °C es una temperatura de confort. Pero cuando se crían a 25 se estresan. Cambian entonces las concentraciones de una gran cantidad de pequeños ARNs, unos mediadores epigenéticos que impiden la lectura de genes y cuyos descubridores ya han recibido el premio Nobel. Buena parte de esos cambios se mantiene al menos tres generaciones cuando vuelven a su temperatura de tranquilidad, pero he aquí la sorpresa y la novedad: la respuesta se reducía notablemente si las dos neuronas se inactivaban.

Es decir, no bastaba el calor para producir gran parte de los cambios, era la sensación la protagonista de que muchas de las modificaciones tuvieran lugar. (Y si quiere saber el mecanismo, básicamente desata una cadena de respuestas que termina afectando a HSF1, una proteína que se une a múltiples lugares del ADN y que puede alterar la maquinaria epigenética).

La interpretación de los resultados funciona en negativo. Es decir, la función se deduce de lo que sucede cuando las neuronas de la sensación fallan. Siguiendo esa lógica y según los autores, “los resultados demuestran claramente que la percepción neuronal de la temperatura, independientemente de la temperatura real o de los efectos biofísicos del calor, pueden modificar la herencia de la información epigenética de forma transgeneracional”.

Sería, como alguien decía en X, una temperatura posmodernista. Y, si se confirmara, implicaría que si eres un gusano, lo que pasa en tu cabeza puede afectar al ADN de tus nietos.

O, como también le escribían a uno de los autores:

“—Entonces, si soy un gusano, ¿debo culpar a mi madre por haber sentido frío?”

A lo que respondió:

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“—Culpar a los padres es algo que se ha conservado a lo largo de la evolución”.

 

Papel en la evolución. ¿Y en los humanos?

La epigenética de los gusanos parece que cambia con la temperatura y su sensación. ¿Para qué? Los autores proponen una teoría, y en una publicación aparte demuestran que podría funcionar: cuando aumenta la temperatura y el estrés, baja la presencia de pequeños ARNs y se relaja la maquinaria de represión epigenética, por lo que más genes pueden estar activos, incluyendo algunos extranjeros procedentes de virus que normalmente están silenciados. Si hay estrés, aumentan las posibilidades disponibles en el catálogo para adaptarse a él.

¿Y sucede esto en humanos? No parece ser el caso. Además de la biología particular de los gusanos, estos apenas viven tres semanas. Nosotros tenemos mucho más tiempo para que los cambios se diluyan antes de poder transmitirlos. En general, apenas hay cambios epigenéticos demostrados que podamos pasar a varias generaciones. Uno, aún discutido, es la influencia de la dieta en el metabolismo de los nietos. Aunque el mecanismo es distinto, parece haberse probado en ratones, pero aún se debate si también ha sucedido en humanos tras periodos de hambruna.

Se habla mucho de que también el trauma podría heredarse, sobre todo a partir de estudios con supervivientes del Holocausto. Sin embargo, está lejos de haber sido demostrado. Algunos de los trabajos más publicitados encontraron en realidad cambios mínimos cuya traducción biológica era insignificante.

Pero la naturaleza no somos solo nosotros. Dejando de lado nuestra obsesión autorreferencial, también puede haber belleza en los mecanismos que suceden más allá, como en las sensaciones de los gusanos.

Pero eso es algo subjetivo y deberá valorarlo usted. Es una belleza postmodernista.

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