Olor a guerra y miedo a lo invisible: las escalofriantes voces de Chernóbil
En 2015, la periodista y escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich se convertía en la primera periodista ganadora del Premio Nobel de Literatura. Uno de sus libros más reconocidos es Voces de Chernóbil, que refleja los testimonios de decenas de afectados recogidos durante veinte años de trabajo. Este es un viaje por sus páginas cuando se cumplen tres décadas de la tragedia nuclear.

Escritor y periodista científico. MD, PhD
Este artículo es una colaboración de Jesús Méndez con la Agencia Sinc.

El 26 de abril de 1986, en mitad de la noche, Liudmila Ignatenko oyó un ruido y despertó. Al mirar por la ventana vio a su marido salir de la casa y le oyó decir:
Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.
La central era la central nuclear de Chernóbil, y esa noche se produjo la explosión en su cuarto reactor. Su marido, bombero, le dijo algo cierto: había un incendio y él iba a ser de los primeros en acudir a sofocarlo. A la vez también mintió, porque ya nunca regresó.
Al día siguiente, junto con el resto de compañeros que sobrevivieron, fue trasladado a un hospital de Moscú. Liudmila averigua el nombre del hospital y viaja hasta allí para estar con él, pero los supervivientes ‘arden’ de radiactividad y los médicos desaconsejan las visitas, más aún si son mujeres jóvenes y pueden estar o quedarse embarazadas.
Ella oculta su embarazo, soborna a algunas empleadas y pasa todo el tiempo que puede con él. Aun así le dicen:
No debe usted olvidar que lo que tiene delante ya no es un marido, un ser querido, sino un elemento radiactivo con un gran poder de contaminación. No sea usted suicida. Recupere la sensatez.
Pero les ignora. Aunque lo colocan en una cámara hiperbárica, aunque usan instrumentos a distancia para evitar acercarse, ella duerme con él.
A los pocos días el marido muere. Dos meses más tarde ella da a luz a una niña con cirrosis y un defecto en el corazón. Apenas sobrevive cuatro horas. Cuenta que en su hígado había 28 roentgen de radiactividad y que los médicos no se la quieren dar. Reacciona así:
¿Cómo que no me la vais a dar? ¡Soy yo quien no os la voy a dar a vosotros! ¡La queréis para vuestra ciencia, pues yo odio vuestra ciencia! ¡La odio! Vuestra ciencia fue la que se lo llevó y ahora aún quiere más. ¡No os la daré!
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Lo anterior es un resumen del primer capítulo de Voces de Chernóbil, el libro de testimonios sobre la tragedia escrito por Svetlana Alexiévich, premio Nobel de Literatura en 2015.

Con la ciencia de fondo borroso, los (en muchas ocasiones brutales) testimonios humanos, la falta de información, la psicología rusa, los entresijos del comunismo y, sobre todo, la amenaza invisible y latente de la radiactividad, pululan por un libro que funciona como una grabadora polifónica.
Si Truman Capote presumía de recordar “el 96% de sus conversaciones”, Aleksiévich no duda en calificarse como un “oído humano”. Un oído que más que datos parece registrar tonos. Los de las mujeres, los soldados, los científicos, algún político, los miembros de las distintas asociaciones, los evacuados, los pocos que retornaron, los niños.
Al hojear el libro, compuesto por capítulos de coros y monólogos, uno se pregunta cómo transcribir todos esos testimonios si la autora solo usa su propia voz en un breve segundo capítulo. Cómo habrá sido su proceso para filtrar, ordenar, para componer desde su teórica invisibilidad. Seguramente, en ese collage de entrevistas hay una voz por encima de cada voz, pero apenas se hace evidente; cada testimonio adopta la misma altura.
Coros de voces horizontales y semianónimas recogidas durante 20 años describen lo que allí vivieron (y muchos siguen viviendo), y de ellas sobresalen las comparaciones con la guerra, el miedo y la temeridad ante un enemigo invisible; el tema del héroe y la víctima; la historia de un pueblo que busca en el pasado explicaciones a lo que Aleksiévich llama “una crónica del futuro”.
Un accidente civil teñido de guerra
Ya habían ocurrido Hiroshima y Nagasaki, pero cómo compararlos con Chernóbil. La explosión del reactor provocó niveles de radiactividad cientos de veces superiores a los de las bombas atómicas. Aquellas habían sido lanzadas deliberadamente, con devastadores efectos inmediatos. Esto era distinto, lo llamaban “el átomo para la paz”.
Sin embargo, ante la ausencia de referencias para explicarlo, casi todos los testimonios hablan de “una guerra”. Los rusos tiran de su pasado reciente (la II Guerra Mundial, las constantes revueltas entre las repúblicas de la entonces Unión Soviética) y no encuentran sino paralelismos: a pesar de tratarse de un accidente civil, es el ejército, armado incluso con tanques, quien acude a ocupar la zona; miles de personas son evacuadas, convirtiéndose así en refugiadas; empiezan, poco a poco, a acumularse las bajas; hay un vacío de información y el Gobierno minimiza la catástrofe (…)
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