F. Mojica: “Estoy viviendo la revolución CRISPR con agobio y felicidad”
La nueva herramienta de edición del genoma se considera ya la gran panacea en el campo de la biología y la medicina. Un artículo en la revista ‘Cell’ titulado ‘Los héroes de CRISPR’ cuenta la historia de su descubrimiento desde sus orígenes en Alicante y rescata la figura de su iniciador, el microbiólogo Francisco Mojica. Abrumado por la atención que está recibiendo, este investigador, que nos confiesa que ni siquiera tiene móvil, se muestra humilde: “No creo que haya hecho tanto como para merecer esto. Yo solo hice lo que había que hacer en su momento”.

Escritor y periodista científico. MD, PhD
Esta entrevista es una colaboración de Jesús Méndez con la Agencia Sinc.
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La nueva herramienta de edición del genoma se considera ya la gran panacea en el campo de la biología y la medicina. Un artículo en la revista ‘Cell’ titulado ‘Los héroes de CRISPR’ cuenta la historia de su descubrimiento desde sus orígenes en Alicante y rescata la figura de su iniciador, el microbiólogo Francisco Mojica. Abrumado por la atención que está recibiendo, este investigador, que nos confiesa que ni siquiera tiene móvil, se muestra humilde: “No creo que haya hecho tanto como para merecer esto. Yo solo hice lo que había que hacer en su momento”.

El acrónimo CRISPR está revolucionando ya la biología y la medicina: es la llave para editar de forma sencilla y accesible casi cualquier rincón del genoma. Estas tijeras moleculares prometen revitalizar la terapia génica y revolucionar los tratamientos del cáncer o el sida. Incluso podría aplicarse para manipular la información genética de embriones humanos.
Las expectativas son tan amplias que se ha desatado una auténtica lucha por obtener los derechos de la patente. Dos de sus pioneras, Jennifer Doudna y Emmanuelle Charpentier, recibieron el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2015, y todas las quinielas apuntan a que tarde o temprano ganarán también el Nobel. Pero la historia no se limita a ellas. Bajo el nombre Los héroes de CRISPR, un reciente artículo publicado en la revista Cell por Eric Lander, director del Broad Institute del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), repasa la trayectoria de doce científicos claves en su desarrollo. Y el primero de ellos es Francisco Juan Martínez Mojica (Elche, 1963), ahora profesor de Microbiología en la Universidad de Alicante. Con él empezó todo.
La primera mención a CRISPR, que consiste en secuencias de ADN presentes en muchos microorganismos, tuvo lugar en 1987, cuando un grupo de investigación japonés las encontró por azar mientras descifraba el genoma de una de las bacterias más comunes. Sin embargo, apenas se les dio importancia.
Unos años después, el por entonces doctorando Mojica las volvió a encontrar mientras analizaba el genoma de la arquea Haloferax mediterranei, un microorganismo presente en las salinas de Alicante. Intrigado por su presencia, comenzó una serie de investigaciones que le llevaron a identificarlas en muchos otros organismos y a desentrañar su papel en la biología: son autovacunas microbianas, fragmentos de virus y otras partículas que se alojan en el genoma de las bacterias como una memoria de la infección. Él no lo sabía aún, pero estaba dando el primer paso de una nueva revolución.
¿Cómo se encontró por primera vez con las secuencias CRISPR?
Yo estaba haciendo mi tesis en una línea de investigación sobre modificaciones genéticas que provocaba la sal en ciertas regiones del genoma de la arquea. Esto alteraba el comportamiento de las proteínas que cortan ADN. Al estudiar una de estas regiones vimos que había unas secuencias espaciadas de forma regular. No sabíamos que existieran secuencias parecidas en ningún otro organismo, ni siquiera conocíamos el artículo del grupo de Japón. Por entonces no había internet, y el acceso a la información era mucho más complicado. Inmediatamente nos dimos cuenta de que lo que habíamos visto podía ser importante.
¿Por qué pensaban que esas secuencias tenían que ser importantes?
¡Porque tenían muchísimas! Y estos microorganismos no se pueden permitir el lujo de tener ornamentos en su genoma. Todo lo que tienen está aprovechado.
Y además estaban presentes en muchos más microorganismos…
Sí, después vimos el artículo de los japoneses, que las encontraron en una bacteria intestinal. En los años siguientes se fueron publicando los genomas de más microorganismos y comprobamos que estaban presentes en muchos de ellos. En el año 2000 las definimos como una familia, y por entonces las llamamos SRSR, las siglas en inglés de “repeticiones cortas regularmente espaciadas”.
¿Cuándo descubrieron su función, que funcionaban como un sistema de defensa?
En el año 2003, en una de las secuencias vimos que había un fragmento de un fago, un virus que infecta bacterias. Entonces volví a buscar en todas las secuencias disponibles y encontré fragmentos así en muchas más.
Y de ahí el periplo para intentar publicarlo. Lo mandaron a varias de las revistas más importantes, sin éxito. ¿Por qué?
Sí, lo mandamos a cuatro de las revistas más importantes, incluida Nature, pero lo rechazaron en todas. Los comentarios de los revisores y los editores eran muy negativos. Era algo tan tremendo que les costaba mucho creérselo. Unos decían que necesitábamos demostrarlo con más experimentos, otros nos dijeron que no era original, que ya se había descrito antes. Yo protesté diciendo que era algo muy grande y que no se había descrito nunca, pero me dijeron que no interesaba para la revista.
Al final se publicó en el Journal of Molecular Evolution, una revista muy poco importante.
Sí, llegó un momento en que estábamos muy desencantados, y pensamos que lo que teníamos era demasiado importante como para dejarlo en un cajón. Siete años más tarde, uno de los revisores que nos rechazó el artículo me pidió perdón, me dijo: “Lo siento pero, sinceramente, es que no me lo podía creer” (…)
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