Las madres no tienen (toda) la culpa
Los expertos son muy cautos al interpretar los resultados de estudios epigenéticos y el embarazo. Prensa y sociedad, sin embargo, señalan con el dedo la conciencia de las mujeres y pasan por alto muchos otros factores, tanto ambientales como los de la propia salud del padre, y que influyen igual o más en la salud de las próximas generaciones.



Investigadora postdoctoral y periodista científica
Este artículo es una colaboración de Marta Palomo con la Agencia Sinc.
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Estamos habituados a leer que los hábitos de la mujer embarazada alteran los genes del bebé. Sin embargo, los estudios epigenéticos se basan en modelos animales, y los que se han hecho en humanos no demuestran ninguna relación causal. Pese a que los expertos son muy cautos al interpretar sus resultados, prensa y sociedad señalan con el dedo la conciencia de las mujeres y pasan por alto muchos otros factores, tanto ambientales como los de la propia salud del padre, y que influyen igual o más en la salud de las próximas generaciones.
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Una terraza y unos vinos con los amigos. Si es una mujer embarazada la que disfruta esta combinación, es más que probable que centre las miradas a su alrededor generando estupor y murmullos de desaprobación. Al desasosiego, cambio de vida y desajuste hormonal que implica estar encinta se le suma una inquietante fascinación social sobre cómo los hábitos de salud y los sentimientos de la mujer puedan afectar al embrión.
La disciplina en la que se apoyan quienes examinan con lupa cada paso de las gestantes es la epigenética, la ciencia que explica cómo el ambiente modula la expresión de los genes y cómo estos cambios pueden pasar a la siguiente generación.
La epigenética es noticia y se ensaña con la conciencia de las futuras madres. Titulares como ‘La dieta de la madre durante el embarazo altera el ADN del bebé’ (BBC) o ‘Las embarazadas que sobrevivieron al 11S transmitieron el trauma a sus hijos’ (The Guardian) centran su atención en el impacto de la gestante sobre el feto y minimizan la importancia de muchos otros factores.
“Estas investigaciones deberían promover políticas que protegieran a padres e hijos, pero las exageraciones y simplificaciones de los resultados han convertido a las madres en cabezas de turco”, asegura a Sinc Sarah Richardson, profesora de historia de la ciencia en la Universidad de Harvard (EE UU). Con su artículo ‘No culpéis a las madres’, Richardson y otros científicos denunciaron el pasado verano en la revista Nature la presión excesiva que prensa y sociedad ejercen sobre las mujeres.
Volver a empezar
La sociedad internacional que estudia los orígenes de la salud y la enfermedad (DOHaD por sus siglas en inglés) empezó su actividad ya hace más de 30 años, cuando investigaciones epidemiológicas asociaron la hambruna de las embarazadas en las posguerras con una mayor incidencia de enfermedades en la siguiente generación. A partir de ahí, los científicos intentan describir cómo el ambiente intrauterino y el que rodea a madre y al padre antes de la fecundación afecta a los genes y, por lo tanto, la salud de los hijos.
“La información epigenética no está escrita en las cuatro letras que forman el ADN, pero determina si un gen se expresa o no”, explica a Sinc Rafael Oliva, director del grupo de genética humana del Hospital Clínic de Barcelona. En los últimos años se han acumulado evidencias de que el ambiente puede modular esta información y, en algunos casos, generar cambios que podrían ser heredados por la siguiente generación. Un hecho que preocupa a futuros padres y madres, pero que, cuando se trata de enfermedades crónicas cada vez más prevalentes, como obesidad, diabetes y cáncer, repercute en toda la sociedad.
Sin negar la importancia de la madre durante el embarazo, los expertos insisten en contextualizar los resultados de los estudios epigenéticos y en no olvidar que también los hábitos del padre, y factores como el hambre, el estrés, la exposición a contaminantes y la discriminación racial dejan su rastro indeleble en la prole.
Te llevo bajo la piel
Cole Porter jamás habría sospechado que uno de sus estribillos más radiados, aquel que decía I’ve got you under my skin, se parecería tanto al principio de la epigenética. “Las experiencias que vivimos se meten debajo de nuestra piel”, explica a Sinc el investigador Michael Kobor desde su despacho en la Universidad British Columbia, en Vancouver (Canadá).
Este científico ha probado recientemente, en un estudio publicado en la revista PNAS, que el ambiente socioeconómico en el que se crece no solo influye en la salud del adulto, sino que se asocia a que determinados genes estén o no metilados; es decir, que lleven la marca epigenética determinante para que un gen se exprese o no. (…)
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