El genoma: ¿un lenguaje literario?
El ADN contiene el código necesario para fabricar las proteínas, los ladrillos de la vida. Pero, ¿es ese código un lenguaje? Y si es así, ¿puede ese lenguaje considerarse como literario?

Escritor y periodista científico. MD, PhD
Hace justo sesenta años de aquel descubrimiento seminal: Watson y Crick publicaban un breve y «modesto artículo» describiendo la doble hélice del ADN. Ese artículo en el que concluían que «no se ha escapado a nuestra atención que el emparejamiento específico que hemos postulado sugiere inmediatamente un posible mecanismo de copia del ADN». Ese mecanismo es el que escondía el secreto de la vida, y las cuatro letras (ACTG) que la doble hélice contiene y que son copiadas cada vez que una célula quiere dividirse son, en cierto modo, el código necesario para fabricar las proteínas, esas «trabajadoras» que permiten que la vida tenga lugar.
Por lo tanto, si hay un código, seguramente haya un lenguaje. Pero, ¿es literario ese lenguaje?

Para discutirlo se reunieron, en el marco del festival Kosmopolis, personajes de ambos bandos, los comúnmente conocidos como ciencias y letras. Por un lado, Pau Vidal, traductor, escritor, lingüista y especialista en la evolución de la lengua catalana. Por el otro, Ricard Solé, físico, biólogo y especialista en el estudio de sistemas complejos. Ambos estuvieron moderados por Roderic Guigó, bioinformático en el CRG de Barcelona y una de las personas clave dentro del proyecto ENCODE, que busca funciones en el habitualmente denominado ADN basura. Y de entre todo lo que se expuso, dos grandes líneas o preguntas emergieron: ¿es el genoma un lenguaje? Y si es así, ¿es el genoma un lenguaje literario?
Así pues:
¿Es el genoma un lenguaje?
Rápidamente: parece que sí. Como dijo Ricard Solé, para transmitir información siempre es necesario que exista un código. En este caso, y como hemos visto, ese código lo componen las cuatro letras que conforman la secuencia del ADN. Esas cuatro letras, agrupadas de tres en tres, son las que indican qué aminoácido, qué parte de cada proteína se debe fabricar. Sin embargo, esta lectura no es tan directa como sucede con un libro, con una novela. Existen diferentes niveles de lectura: de alguna manera el ADN es un libro desplegable con determinadas instrucciones, pero decir que el genoma es directamente un libro «sería como decir que Esperando a Godot es una obra que está dentro del diccionario».
Un puente claro entre la literatura (o la lingüística) y el genoma viene desde la propia semántica. Así lo vio Pau Vidal, al que lógicamente le sorprendieron los términos que se usan para hablar de la descodificación del genoma: en la lectura de esas cuatro letras el ADN primero pasa a ARN, y después a proteína. Esos dos procesos se denominan, respectivamente, transcripción y traducción, dos términos claramente «lingüísticos» (sin embargo, como dijo Roderic Guigó, su origen tiene más que ver con el lenguaje de programación que con el literario; pero esa procedencia no destruye el puente).
Otra semejanza que observó Pau Vidal es el hecho de que ambos códigos, el genómico y el «literario», son códigos finitos pero sujetos a evolución. Son, en el fondo, algo intermedio entre finito e infinito (algo en lo que quizá no pensó Borges cuando describió su Biblioteca de Babel, una biblioteca que contendría todos los libros del mundo, que sería increíblemente vasta pero, en último término, finita, limitada).

Pero los puentes no terminan aquí. Otro más, no del todo intuitivo: los crucigramas, esos juegos que Pau Vidal construye casi cada día y que son los que, en el fondo, «le dan de comer». Vidal habló de la dificultad de evitar la repetición en las definiciones, y de la existencia de un programa que busca todas las palabras en el diccionario que contienen una determinada secuencia de letras. Por ejemplo, todas las palabras (todas las definiciones) que contienen la palabra «polis». Eso, ese proceso, es lo que Guigó afirmó hacer constantemente en el laboratorio: buscar patrones dentro del genoma, secuencias más o menos estables (como polis) dispersas por el ADN y que puedan contener una determinada información, que puedan significar cierta función.
Pero quizá una de las pruebas más directas de que el genoma es en el fondo un lenguaje viene de un trabajo reciente mencionado por Guigó: científicos ingleses han logrado escribir en ADN todos los sonetos de Shakespeare (incluso el audio de un discurso de Martin Luther King o el propio artículo de Watson y Crick). Y, aunque el ADN no sea un libro como tal, sí lo es, como dijo Ricard Solé, «en el sentido en que permite reconstruir nuestra historia: su análisis permite identificar la existencia de una Eva primigenia hace 200.000 años, aun en ausencia de fósiles. Una historia, por otro lado, mucho más interesante que la del Génesis».
Pero:
¿Es el genoma un lenguaje literario?
Rápidamente: parece que no. Rápidamente, lo que comenzó diciendo Roderic Guigó: «el genoma es un lenguaje, pero no creo que sea literario. No tiene el fin de la belleza, sino el de la utilidad. Cuando digo buenos días o ¿qué hora es? estoy usando el lenguaje, pero no estoy haciendo literatura. Creo yo.»

Algo a lo que se unió Ricard Solé, al aludir a que si el genoma se puede considerar un libro, ese libro no es particularmente bello. Para empezar porque si ese libro tiene un creador, «sería un tipo muy desorganizado, con una forma particularmente ruidosa de escribir un libro». A pesar de que el proyecto ENCODE esté otorgando cierta función a parte del ADN que se consideraba basura, siguen existiendo, por ejemplo, los retrovirus: parásitos evolutivos que infestan todo el genoma (y que en el caso de las plantas pueden suponer hasta el 80% de su ADN). Algo que no parece especialmente bello ni dirigido.
Quizá, como también afirmó Solé, más que en el ADN habría que buscar las semejanzas con el lenguaje literario a otro nivel. Quizá en las relaciones que las proteínas (los «productos» del ADN) establecen entre sí. Cuando se representan las redes de interacciones entre ellas suele aparecer una estructura en la que algunas palabras están densamente conectadas, mientras que otras aparecen mucho más alejadas. Una especie de gramática que aparece también en la red de Internet o al representar las relaciones entre las palabras del primer capítulo de Moby Dick.
También se dice que la genética es la ortografía y la epigenética la gramática, pero eso es quizá otro cantar.
Pero Solé no se lleva a engaño: la gramática «genómica» es funcional, no persigue la belleza. Pero, sobre todo, a diferencia del lenguaje humano, que se dirige a un receptor que lo interpreta, «el lenguaje genómico no se dirige a nadie».
Otro tema, no menos importante, es el de la creación. Como dijo Roderic Guigó: «Está claro ya que podemos leer el ADN, pero eso no es crearlo, luego no es en sí un acto literario. Un jardín puede ser una creación artística que surge a partir de algo natural, pero, ¿podemos crear genomas artísticos?».
Primera respuesta (parcial): podemos crear genomas. Hace unos pocos años, el equipo de Craig Venter logró sintetizar (escribir) el genoma de una bacteria e introducirlo en otra bacteria distinta a la que se había despojado de su propio ADN.
Conversación curiosa al hilo de la primera respuesta: cuando le preguntaron al propio Venter si pensaba que estaban jugando a ser dioses, este contestó: «¿Quién dice que estemos jugando?».
Segunda respuesta (final): quizá, en cierto sentido, el producto creado pueda llegar a ser bello. Pero no —y en esto todos parecían estar de acuerdo—, el lenguaje usado no es el de la literatura.
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Crónica publicada también en la web del festival Kosmopolis.